¿Por qué no educamos según el diseño original del ser humano?
Sabemos, al menos intuitivamente, que un niño necesita amor, cuidado, tiempo, brazos, mirada y presencia. Sabemos que su cuerpo y su psique están diseñados para desplegarse en contacto íntimo con una figura disponible emocionalmente. Que el aprendizaje verdadero ocurre en un entorno de vínculo y seguridad, no de miedo o rendimiento.Y sin embargo… no educamos así.
¿Por qué, si lo sabemos en el cuerpo y lo intuimos en el alma, seguimos educando desde la exigencia, la corrección y el desapego?
La respuesta es simple y dolorosa: porque eso fue lo que recibimos.Y porque la mayoría de los adultos no hemos sido sostenidos según nuestro diseño original.
Crecimos en culturas que priorizaron el control sobre la ternura. La obediencia sobre la conexión. La norma sobre la escucha. La represión emocional sobre el cuidado de lo invisible.
La educación —en casa y en la escuela— ha sido, en muchos casos, una herramienta de domesticación: para encajar, para adaptarse, para rendir. Pero no para SER.
El adulto promedio no fue acompañado emocionalmente durante su infancia. No fue mirado con verdad. No fue contenido en sus emociones, sino corregido, distraído, etiquetado o ignorado. Por eso hoy, sin darnos cuenta, repetimos esas mismas estrategias con los más pequeños.
Acompañar a un niño requiere algo que no nos enseñaron: disponibilidad emocional real, y para ofrecer eso, necesitamos primero recuperar nuestra propia humanidad.Reconectar con nuestro dolor infantil. Revisar nuestras máscaras. Deconstruir nuestros personajes. Y abrazar nuestra vulnerabilidad.
Porque si no hacemos ese trabajo, seguiremos exigiendo que el niño se acomode a nuestras sombras no resueltas. Pediremos que se calle porque no toleramos el caos. Que obedezca porque tememos perder el control. Que se adapte, porque nosotros nos adaptamos… y creemos que “salimos bien”.
Pero no salimos bien. Salimos heridos, desconectados, llenos de culpa, exigencia o vacío. La buena noticia es que podemos mirar hacia adentro y reparar.Podemos desandar el camino aprendido y empezar otro. Más humano. Más honesto. Más real.
Educar según el diseño original del ser humano es un acto revolucionario. Es reconocer que los niños no necesitan ser moldeados, sino sostenidos.Que no debemos proyectar en ellos lo que no resolvimos.Y que acompañar a otro en su despliegue implica, inevitablemente, mirar nuestra historia con verdad.
Mientras sigamos educando desde la urgencia del rendimiento, la desconexión emocional y el adultocentrismo, seguiremos criando niños obedientes… pero desconectados de sí mismos.
Hoy, más que nunca, necesitamos una educación que cuide. Que abrace.Que acompañe. Que no quiera formar, sino permitir. Que se anime a hacer lugar a lo nuevo. Y que parta del amor como fuente de inteligencia.
Porque cuando un niño es cuidado desde su diseño original,toda la humanidad se transforma.
