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Venture Beyond

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No se grita por enojo…

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El grito es la voz de un dolor antiguo que no supimos expresar.

A veces creemos que gritamos porque estamos enojados.Porque el niño no obedece. Porque la situación nos sobrepasa. Porque “ya lo dijimos mil veces” y no nos escuchan.


Pero la verdad más profunda es que no gritamos por enojo… Gritamos cuando el dolor se acumula y no encuentra otra salida. Cuando las palabras no alcanzan, cuando no hay escucha ni espacio interno para sentir, entonces el grito aparece como último recurso. No es un estallido de carácter… es la explosión de un dolor que nunca fue nombrado.


Gritamos cuando nos desborda la herida antigua.Cuando el presente nos conecta, sin darnos cuenta, con la niña o el niño que fuimos y que tampoco fue escuchado. Gritamos porque estamos solos emocionalmente. Porque nadie nos sostuvo cuando más lo necesitábamos.


Ese grito, que a veces nos asusta o nos hace sentir culpa, es muchas veces la voz del niño o la niña que fuimos.Un niño que no fue comprendido.Una niña que se tragó las lágrimas para no molestar.Una infancia vivida sin espacio emocional.Y entonces, ahora que somos adultos, cuando algo duele… gritamos.


Criar, educar, vincularnos desde la conciencia, nos invita a mirar con más profundidad: ¿Cuál es la herida que duele? ¿Qué parte de mí está pidiendo ser atendida? ¿Qué historia personal se reactiva cada vez que pierdo la paciencia?


Porque el grito no es una falla. Es un síntoma.Una señal.Un pedido de auxilio que merece ser escuchado sin juicio. El camino no es reprimirlo ni justificarlo, sino comprenderlo. Ir al encuentro del dolor que lo origina.Nombrarlo.Validarlo.Y acompañarlo.


Porque cuando el dolor se nombra… ya no necesita gritar. Y no se trata de justificar el grito. Se trata de ir a buscar el verdadero origen de esa reacción.


Porque detrás de un grito hay una historia emocional no contada.Hay una necesidad no vista. Un llanto que quedó congelado.Una soledad demasiado larga.


Gritar no es el problema.El problema es no comprender de dónde viene ese grito.El problema es quedarnos atrapados en el personaje de “padre autoritario”, “madre impaciente”, “adulto que explota”… sin ir a mirar lo que está por debajo: el niño herido que aún pide auxilio.


La buena noticia es que todo lo que podemos mirar, lo podemos transformar.Cuando nos damos el permiso de nombrar lo que dolió, de reconocer nuestras propias heridas, el grito empieza a desactivarse.Ya no necesitamos descargar sobre los demás lo que nunca fue sanado en nosotros.


Porque sólo cuando nos miramos con verdad, podemos acompañar con amor.


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