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Cuando tenemos heridas abiertas, no escuchamos con los oídos… escuchamos desde el dolor

Cuando tenemos heridas abiertas, no escuchamos con los oídos… escuchamos desde el dolor. Y desde el dolor, todo suena diferente. Más amenazante. Más personal. Más difícil de sostener. No importa cuán amoroso o neutro sea el mensaje del otro: si hay una herida sin sanar, la interpretación no proviene del presente, sino de una escena del pasado que sigue activa dentro de nosotros.


Quien no ha sanado, no escucha lo que el otro dice. Reacciona a lo que teme. Lo que creemos estar oyendo muchas veces es solo una proyección de lo que no pudimos resolver.Las palabras del otro se filtran por la memoria emocional de la infancia.Y así, terminamos respondiendo desde la herida, no desde la consciencia.


El filtro invisible de la infancia.

La infancia no es un tiempo que “pasó”. Es un lugar emocional desde el cual seguimos reaccionando, si no la hemos integrado.

Cuando fuimos niños, no teníamos las herramientas para comprender, nombrar o elaborar nuestras emociones.


Necesitábamos que un adulto disponible emocionalmente nos ayudara a ponerle palabras a lo que nos pasaba. Pero si eso no ocurrió, esas vivencias quedaron atrapadas en el cuerpo, en el inconsciente, en forma de sensaciones no resueltas.

Y así, muchas veces vivimos la adultez con escenas infantiles abiertas que se activan una y otra vez.


🔹 Si de niños nos gritaron cada vez que llorábamos, de adultos sentiremos vergüenza por mostrar tristeza.

🔹 Si de niños nos ignoraron cuando necesitábamos consuelo, de adultos leeremos silencio como abandono.

🔹 Si de niños fuimos etiquetados como “malos”, de adultos escucharemos crítica donde hay desacuerdo.


La escucha como defensa.

Cuando no hemos sanado, la escucha no es presencia. Es defensa.Oímos para protegernos. Para evitar volver a sentir eso que una vez dolió tanto.Escuchar se convierte en un ejercicio de anticipación, de alerta, de tensión… en lugar de un puente hacia el otro.


No escuchamos con apertura, sino con el escudo puesto. No escuchamos con el alma, sino con la memoria del trauma.


Por eso, en nuestras relaciones más cercanas —como pareja, con los hijos o con los padres— es donde más se activa esa escucha distorsionada. Porque son vínculos cargados de significado emocional, donde nuestras heridas más primitivas se sienten en riesgo.


¿Qué significa sanar?

Sanar no es volverse invulnerable ni borrar el pasado.Sanar es mirar con verdad nuestra historia.Reconocer que detrás de cada reacción intensa, hay un niño herido que no fue sostenido.Es dejar de vivir atrapados en esa versión antigua de nosotros mismos y darnos la oportunidad de habitar el presente con más libertad.


Cuando sanamos, ya no necesitamos protegernos de todo.Podemos escuchar sin sentirnos atacados.Podemos disentir sin rompernos.Podemos sostener al otro sin perdernos a nosotros.


¿Cómo empezar?

Desde la mirada de la Biografía Humana, sanamos cuando nos atrevemos a reconstruir nuestra historia emocional con verdad y sin juicios.Cuando dejamos de contarla como adultos justificadores y empezamos a mirar al niño o niña que fuimos con honestidad, ternura y compasión.Cuando nombramos el dolor que fue silenciado, y lo alojamos en lugar de taparlo.

Ese es el verdadero comienzo de la libertad emocional.


Pregúntate:

  • ¿Estoy escuchando lo que me dicen… o lo que aún me duele?

  • ¿Respondo desde el presente o desde una vieja escena que no pude procesar?

  • ¿Me defiendo, o me permito estar disponible emocionalmente?

Si te animás a mirar tu historia con profundidad, tu escucha puede cambiar.Y cuando cambia la escucha, cambian todos los vínculos.


Tus heridas merecen ser vistas, no para juzgarlas, sino para que dejen de hablar por vos cada vez que alguien se acerca.


Cuando sanamos, el mundo ya no suena como un campo de batalla… suena como un lugar donde podemos ser, sentir y amar.









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