Ser madre o padre puede ser la experiencia más desafiante del mundo. No por el esfuerzo físico, ni por la logística, ni por las noches sin dormir. Lo que más nos sacude es lo que emerge dentro de nosotros. La infancia que regresa, las heridas que despiertan, las emociones que nos desbordan… y, casi siempre, la culpa.
Nos sentimos culpables por no estar disponibles, por perder la paciencia, por gritar, por no saber cómo acompañar.Nos invade un pensamiento silencioso pero feroz: “No soy suficiente para mi hijo”.Y desde ahí, empezamos a castigarnos.
Pero… ¿sirve de algo?
La culpa como disfraz de heridas más profundas
Desde la Biografía Humana, miramos más allá de la superficie:La culpa no es una emoción primaria, no es verdadera raíz, sino un síntoma emocional.Una capa que cubre lo que realmente necesitamos registrar:el miedo, la angustia, el dolor antiguo, el abandono que aún no hemos podido nombrar.
Cuando sentimos culpa por cómo actuamos con nuestros hijos,lo que en realidad está ocurriendo es que se activó una parte infantil nuestra.Esa parte que no fue vista, que no fue contenida, que no fue validada.Y al no poder nombrar ese dolor profundo, lo sustituimos por culpa.
Es como si dijéramos:"Me siento culpable por no estar presente para mi hijo"cuando en realidad deberíamos decir:"Estoy desconectada porque estoy agotada, triste, sola, herida… y nadie me ha sostenido en esto."
La culpa no repara, pero la consciencia sí
Uno de los grandes engaños culturales es creer que sentir culpa nos vuelve mejores personas.Pero la culpa no nos vuelve más amorosos, solo más exigentes con nosotros mismos.
La culpa:
No sana a nuestros hijos.
No nos conecta emocionalmente.
No nos permite cambiar.
Lo que realmente transforma es la capacidad de mirar nuestra propia historia con verdad y sin juicio.
Es atrevernos a preguntarnos con ternura:
¿Qué me pasó a mí cuando reaccioné así?
¿Qué parte mía estaba necesitando amor y no supo cómo pedirlo?
¿Cómo puedo reparar sin autoflagelarme?
La responsabilidad emocional no es autoflagelo.Es poder personal.
Dejar la culpa es un acto de amor
Muchos padres y madres sienten que, si dejan la culpa, se vuelven indiferentes.Pero no es así.
Dejar la culpa no significa justificarse.Significa hacerse cargo sin castigo.Significa poder decirle al hijo:"Perdón, me equivoqué. Me sentí abrumado. Estoy aprendiendo. Quiero hacerlo mejor."Y decirnos a nosotros mismos:"Estoy creciendo. Estoy sanando. Me permito ser humano."
Porque lo que nuestros hijos necesitan no es perfección,sino adultos que puedan mirarlos con el corazón abierto…porque ya empezaron a mirar su propia infancia con verdad.
En resumen:
La culpa no es el camino.
La verdad emocional sí.
La responsabilidad sin castigo.
La reparación desde el amor.
El acompañamiento interno, antes que el juicio externo.
Y si hoy te sientes culpable, detente un momento.
No necesitas lastimarte más.
Solo necesitas preguntarte:
¿Qué me está doliendo a mí?Y empezar por ahí.
