La creatividad no es un don reservado para artistas. Es una expresión del ser esencial, ese núcleo auténtico, sensible y espontáneo con el que todos llegamos al mundo. Crear no es hacer cosas bellas, es ser, manifestarse desde la verdad interna, sin máscara ni censura. Sin embargo, muy pocas personas viven conectadas con ese manantial.
¿Por qué?
Porque la infancia nos obligó a sobrevivir, no a florecer.
Desde la mirada de la Biografía Humana, entendemos que la mayoría de nosotros fuimos criados por madres (y padres) que no habían sanado sus propias historias. Madres que, en su mayoría, estaban desconectadas de sus emociones, llenas de mandatos y lealtades familiares, agotadas, temerosas, idealizadas por necesidad o aplastadas por sus propias heridas no registradas.
Frente a ese entorno emocional, el niño sensible que fuimos no tuvo espacio para desplegar su ser esencial. En lugar de ser mirados, validados y sostenidos en nuestras emociones más genuinas, tuvimos que adaptarnos: dejar de sentir, callar, complacer, rendir, ocultar.
Así, construimos un personaje. Una identidad falsa que nos ayudó a obtener algo de amor, algo de aprobación, algo de pertenencia. Ese personaje nos permitió sobrevivir. Pero el costo fue altísimo: tuvimos que desconectarnos de nuestra esencia.
Y con ella, se perdió también la creatividad natural que vive en cada niño. Porque no se puede crear desde el miedo. No se puede improvisar desde la culpa. No se puede jugar desde el juicio. No se puede imaginar desde la autoexigencia. Crear es un acto de libertad. Y la libertad emocional solo nace cuando alguien nos registra profundamente.
¿Dónde quedó, entonces, nuestra creatividad?
Quedó atrapada en la escena primaria. En ese cuarto donde llorábamos solos. En ese comedor donde nadie nos escuchaba. En esa escuela donde sólo importaba que nos portáramos bien. En ese hogar donde “ser buenos” era más importante que ser reales.
La buena noticia es que nuestra esencia no desaparece. Sólo se esconde. Sigue latiendo, como un susurro bajo la superficie del personaje. Esperando que tengamos el valor de dejar de fingir. De mirar nuestra historia. De sentir el dolor negado. De nombrar lo innombrado.
Sanar no es volverse otro. Es volver a ser quien siempre fuimos.
Y en ese camino, la creatividad no sólo regresa: nos guía. Porque cada vez que nos atrevemos a escribir algo que nos estremece, a pintar sin buscar perfección, a cantar desafinados desde el alma, a jugar con nuestros hijos sin guión, estamos tocando la puerta del ser esencial.
Y cuando esa puerta se abre, aunque sea un poco, sentimos una fuerza que nos reconcilia con la vida.
¿Y si empezaras hoy?
Te invito a darte unos minutos para escribir algo que tu niño interno hubiera querido decir. O a pintar con los dedos. O a bailar una canción con los ojos cerrados.
No importa si “sale bien”.Lo importante es que te permitas ser.
Si quieres acompañamiento en este camino, aquí estoy.No para enseñarte algo que no sabes, sino para ayudarte a recordar lo que tu alma nunca olvidó.
