Niños, adolescentes y pantallas: lo que realmente necesitan detrás de la tecnología
Vivimos en un mundo donde las pantallas son parte inevitable de la vida. Celulares, tabletas, computadoras, videojuegos y redes sociales conviven a diario con nuestros hijos, desde que son pequeños hasta la adolescencia. Frente a esto, los padres suelen oscilar entre dos extremos: prohibirlas por completo o permitirlas sin límites. Pero la pregunta más importante no es cuántas horas de pantalla son adecuadas, sino qué están buscando los niños y adolescentes cuando se refugian en ellas.
Cuando un niño pide constantemente el celular, la tableta o la consola, muchas veces no está pidiendo tecnología: está pidiendo sostén. La pantalla calma, distrae y adormece la angustia cuando el mundo emocional que lo rodea no alcanza a contenerlo. En un bebé o en un niño pequeño, puede ser un sustituto del abrazo. En un adolescente, puede convertirse en el lugar donde encuentra reconocimiento y pertenencia que no siempre siente en casa.
No se trata de condenar las pantallas ni de asustarnos con la palabra “adicción”. Se trata de comprender que el exceso de uso es casi siempre un síntoma. Un niño que se sumerge en los videojuegos durante horas, o un adolescente que no puede soltar las redes sociales, está mostrando con claridad que algo en su mundo emocional necesita ser escuchado.
El cerebro infantil y adolescente todavía está en construcción. La parte encargada de la regulación, el control de impulsos y la planificación madura recién hacia la adultez. Esto significa que los niños y adolescentes no pueden autorregular solos el tiempo frente a pantallas. Necesitan adultos que acompañen y sostengan. Si los dejamos solos, la sobreestimulación digital activa sistemas de recompensa que los atrapan y los hacen buscar más y más. Si en cambio los acompañamos, podemos ayudarlos a reconocer lo que sienten y darles alternativas reales para descargar su energía, calmarse y sentirse vistos.
Detrás de la pantalla, lo que siempre está en juego es la necesidad de conexión. Un niño que vive tensiones familiares, prisa constante, poco contacto o falta de disponibilidad emocional buscará alivio donde lo encuentre. La pantalla cumple esa función, pero no resuelve el fondo: la necesidad profunda de sentirse mirado, escuchado y sostenido.
En la adolescencia este proceso se intensifica. Los jóvenes necesitan construir identidad y pertenencia. Si no sienten validación y escucha en casa, lo buscarán en redes sociales, donde cada like o comentario funciona como una microdosis de atención. El problema es que esta atención es fugaz, superficial y muchas veces dañina, porque también viene acompañada de comparación, presión y exposición. Cuando un adolescente pasa horas en redes, conviene preguntarse: ¿qué está encontrando ahí que no encuentra en otro lugar?, ¿qué necesita y no logra expresar con palabras?
Los padres no podemos cambiar el mundo digital ni vivir en guerra con la tecnología. Pero sí podemos revisar qué lugar ocupa en nuestras casas y, sobre todo, qué lugar ocupamos nosotros. Más que vigilar, controlar o prohibir, lo que necesitan los hijos es presencia. Necesitan sentir que hay un adulto que regula con ellos, que los acompaña a poner nombre a lo que sienten, que les ofrece experiencias reales que compiten con la pantalla porque los hacen sentir vivos y acompañados.
Algunas claves prácticas:
Presencia antes que prohibición. En lugar de obsesionarnos con las horas de pantalla, ofrezcamos experiencias reales: juego compartido, actividades al aire libre, momentos de risa y conexión.
Acompañar en lugar de vigilar. Sentarse a jugar un rato con ellos, mirar juntos un video o preguntar qué les gusta de sus redes abre un espacio de confianza. La pantalla deja de ser territorio enemigo y se convierte en un puente.
Rituales familiares sin pantallas. Comidas juntos, caminatas, lectura antes de dormir. Pequeños momentos que transmiten que la familia existe más allá de las pantallas.
Nombrar emociones. Cuando un niño se refugia en un dispositivo, podemos ayudarlo a identificar lo que hay detrás: aburrimiento, soledad, ansiedad. La emoción necesita palabras para poder procesarse.
Cuidar nuestro propio ejemplo. Los hijos observan mucho más de lo que escuchan. Si los adultos vivimos pendientes del celular, difícilmente podamos transmitir otra cosa. Revisar nuestro propio vínculo con la tecnología es fundamental.
Las pantallas no son el verdadero enemigo. Son parte del mundo en el que nuestros hijos crecerán, trabajarán y se relacionarán. El desafío no es huir de ellas, sino enseñar a convivir con conciencia. Y esa conciencia comienza en nosotros: en la forma en que usamos la tecnología, en la calidad de la presencia que ofrecemos y en la capacidad de escuchar lo que hay detrás de cada pedido de conexión digital.
Al final, lo que un hijo necesita no es que le quitemos las pantallas, sino que le devolvamos nuestra presencia. Si un niño o un adolescente se siente mirado, contenido y amado tal como es, la pantalla pierde el poder de ser refugio absoluto. Entonces puede ocupar un lugar más sano, como una herramienta o una diversión, sin reemplazar lo esencial: el contacto humano, el juego real, la ternura y el vínculo emocional que lo sostendrá de por vida.
✨ “Tu hijo no necesita menos pantallas, necesita más de ti.”
Sobre mí
Mi nombre es Marisol monzayet. Acompaño procesos de transformación emocional desde la mirada de la Biografía Humana. Trabajo con madres, padres y adultos que desean criar desde el amor consciente y sanar las heridas que cargan desde su propia infancia.
Te invito a seguir explorando. En mi web y redes encontrarás más recursos, inspiración y acompañamiento para tu camino consciente.
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